Barcelona se muda

Barcelona solía prometer un futuro en el que la tecnología, la sostenibilidad y la vida urbana armonizaban con precisión de reloj suizo. En el imaginario colectivo, la capital catalana llegó a representar un modelo global de ciudad inteligente.

 Sin embargo, bajo la superficie brillante de sensores, eficiencia energética y transporte conectado, un problema más humano, más mundano y dolorosamente real amenaza con desdibujar sus logros: la creciente inestabilidad habitacional.

“Una ciudad donde nadie echa raíces”

Por: Gabriel E. Levy B.

“El verdadero rostro de una ciudad no se mide por sus edificios, sino por la forma en que sus habitantes viven en ellos”, escribió la urbanista Jane Jacobs a mediados del siglo XX.

En esa lógica, la Barcelona de hoy se enfrenta a una paradoja estructural: mientras presume de sus galardones como ciudad inteligente (como haber sido nombrada la capital europea de la innovación en 2014), su población vive con la maleta a medio hacer.

Durante la última década, Barcelona ha mutado en una ciudad en constante mudanza. Un nuevo estudio del Consell Econòmic i Social de Barcelona (CESB) revela que más de la mitad de sus habitantes han cambiado o cambiarán de vivienda entre 2018 y 2027. Y lo hacen no por movilidad deseada, sino por necesidad o expulsión.

Mientras las gráficas de innovación urbana se mantienen en alza, la realidad cotidiana se fragmenta: el arraigo se evapora, las comunidades se disuelven y la tecnología, sin vivienda estable, no encuentra dónde anclarse.

Según el informe del CESB, el 50,7% de los barceloneses habrán cambiado de residencia entre 2018 y 2027. El dato no es solo una cifra: es la expresión de una ciudad donde el concepto de “casa para toda la vida” se volvió anacrónico. En 2022, el 35,5% de los ciudadanos ya pensaban en mudarse en los próximos cinco años, y el 30,4% se había mudado en el quinquenio anterior. Más llamativo aún es que el 14,9% de los barceloneses cumple ambos perfiles: ya cambiaron de casa y planean volver a hacerlo en un lapso de apenas diez años.

Este fenómeno no es exclusivo del centro urbano. En el resto del área metropolitana y la región periférica los porcentajes también son altos, pero es en la capital donde el movimiento alcanza proporciones alarmantes, sugiriendo no movilidad, sino desplazamiento forzoso. Ya no se trata de la deseada movilidad social ascendente, sino de una diáspora interna que disuelve el tejido comunitario.

 “Tecnología sin comunidad: la contradicción de la smart city”

En el relato hegemónico sobre las ciudades inteligentes, Barcelona ha figurado como pionera.

Desde la instalación de sensores para gestionar el tráfico hasta las aplicaciones que monitorean la calidad del aire, pasando por la apertura de datos públicos y el impulso del transporte eléctrico, su marca urbana se ha construido en torno a la eficiencia.

El arquitecto y teórico Carlo Ratti, uno de los pensadores más influyentes en el campo de la ciudad conectada, lo resume así: “Una ciudad inteligente no solo es una ciudad llena de tecnología, sino una ciudad que aprovecha la tecnología para mejorar la vida de sus ciudadanos”.

Pero ¿qué ocurre cuando esos ciudadanos no pueden permanecer en la ciudad que los expulsa? ¿Qué valor tiene un sistema de transporte ultraconectado si la mitad de sus usuarios no sabe dónde vivirá dentro de cinco años? ¿Para qué sirve una infraestructura urbana inteligente si la población pierde el arraigo y se ve forzada a desplazarse de forma continua, con el estrés, la inseguridad y la pérdida de vínculos que ello conlleva?

El problema se agrava cuando se constata que la causa principal del éxodo no es una movilidad aspiracional.

El CESB señala que el 24,5% de las mudanzas en Barcelona responden a motivos económicos o de fuerza mayor: finalización de contrato, desalojos, demolición.

La movilidad deseada, asociada a mejoras en la vivienda o el entorno, representa apenas un 34,7%. El resto se reparte entre razones familiares (28,2%) y laborales (menos del 10%).

La ciudad inteligente se fragmenta cuando los ciudadanos ya no pueden formar comunidades duraderas. Y la inteligencia urbana no puede sostenerse sin comunidades cohesionadas, que aprendan a usar, cuidar y participar activamente en los sistemas digitales que las rodean. Como advierte Saskia Sassen, socióloga y autora de The Global City, “la expulsión de las clases medias y populares por razones económicas rompe la posibilidad de una ciudad democrática”.

“Una tormenta habitacional: presión turística, contratos fugaces y microviviendas”

Barcelona vive una tormenta perfecta en materia de vivienda. A la presión del alquiler vacacional, que encarece y reduce la oferta para residentes permanentes, se suma la precariedad contractual y la proliferación de microviviendas.

Según datos del CESB, el 15,9% de los pisos en oferta tiene menos de 45 metros cuadrados, y el 31% de los hogares está ocupado por una sola persona.

En muchas ocasiones, esa persona se ve obligada a aceptar viviendas diminutas, caras y sin garantías de permanencia.

La situación no solo ha generado un aumento en las mudanzas, sino un desgaste emocional y económico para quienes habitan la ciudad. Joan Ramon Riera, comisionado municipal de Vivienda, afirmó que estas condiciones evidencian un uso “ineficiente” del parque habitacional.

Sin embargo, el término se queda corto: la falta de políticas de vivienda estructurales amenaza con socavar décadas de planificación urbana.

Los intentos del Ayuntamiento por regular los pisos turísticos (como la reciente restricción de nuevas licencias) muestran un esfuerzo por frenar la especulación, pero la fuerza del mercado y la debilidad de la oferta pública de vivienda pesan más.

Según un estudio del Observatori Metropolità de l’Habitatge, Barcelona apenas cuenta con un 1,5% de su parque como vivienda social, muy lejos del 15% recomendado por la ONU.

Casos como el del barrio del Raval, donde las mudanzas se han duplicado en la última década, ilustran cómo la gentrificación y el turismo expulsan a los residentes históricos.

En el Eixample, las familias jóvenes luchan por encontrar pisos accesibles. Y en Nou Barris, se multiplican los contratos temporales y las subidas abusivas de alquiler. Cada barrio, un síntoma distinto de la misma enfermedad: la ciudad se vuelve un lugar transitorio, de paso, más cercano a un hotel que a un hogar.

En conclusión, Barcelona, modelo de ciudad inteligente, enfrenta una contradicción insoslayable: no puede ser realmente inteligente si su población vive en la incertidumbre habitacional. La movilidad forzosa, alimentada por precios inasumibles, contratos inestables y presión turística, diluye los beneficios de la tecnología urbana. Sin ciudadanos con raíces, no hay comunidad que sostenga ni tecnología que alcance. La innovación, sin equidad, se convierte en simulacro.

Referencias

  • Consell Econòmic i Social de Barcelona (2025). Informe sobre el parc residencial de Barcelona i la seva regió metropolitana.
  • Jane Jacobs (1961). The Death and Life of Great American Cities.
  • Carlo Ratti (2014). The City of Tomorrow.
  • Saskia Sassen (2001). The Global City: New York, London, Tokyo.
  • Observatori Metropolità de l’Habitatge (2023). Estadístiques de l’habitatge a la regió metropolitana de Barcelona.