Los reflectores suelen apuntar hacia los avances tecnológicos más visibles en las ciudades inteligentes: vehículos autónomos, sistemas de energía renovable, edificios conectados y servicios de salud digitalizados. Pero detrás de este espectáculo futurista, hay una infraestructura menos glamorosa, aunque igualmente vital, que sostiene y habilita todas estas innovaciones: los sistemas de gestión de datos urbanos. Este componente silencioso de la transformación digital es, en realidad, el nervio central que conecta y coordina las múltiples dimensiones de una ciudad inteligente, y cuya importancia ha sido subestimada hasta ahora.
Un tejido invisible que conecta la ciudad
Por: Gabriel E. Levy B,
La noción de que los datos son el nuevo petróleo del siglo XXI no es novedad. Sin embargo, cuando se trata de ciudades inteligentes, esta idea adquiere una dimensión mucho más tangible y urgente.
Según un informe del McKinsey Global Institute, las ciudades inteligentes podrían generar ahorros de hasta 2,5 billones de dólares anuales en servicios y operaciones mediante la gestión eficiente de datos urbanos.
Esta proyección subraya la magnitud del valor económico que representa esta infraestructura de datos.
El concepto de «infraestructura de datos» en las ciudades inteligentes abarca una amplia gama de elementos, desde sensores distribuidos por la ciudad hasta algoritmos avanzados que analizan el flujo de información en tiempo real.
Estos sistemas recopilan, almacenan y procesan datos sobre todo, desde el tráfico y la calidad del aire hasta el consumo energético y el comportamiento de los ciudadanos. Como señala el urbanista Anthony Townsend en su libro *Smart Cities: Big Data, Civic Hackers, and the Quest for a New Utopia*, estas redes de datos no solo sirven para optimizar operaciones urbanas, sino que también tienen el potencial de reconfigurar las relaciones de poder dentro de las ciudades, alterando la dinámica entre los ciudadanos, las empresas y los gobiernos.
¿Quién controla los datos de la ciudad?
A medida que las ciudades inteligentes emergen, la cuestión del control de los datos se convierte en un tema crucial.
El investigador Evgeny Morozov, conocido por su crítica al tecno-optimismo, advierte sobre los riesgos de centralizar la gestión de datos urbanos en manos de corporaciones privadas. En su ensayo “To Save Everything, Click Here: The Folly of Technological Solutionism”, Morozov argumenta que la excesiva dependencia de soluciones tecnológicas controladas por grandes empresas podría erosionar la autonomía de los gobiernos locales y, en última instancia, socavar la soberanía de los ciudadanos sobre sus propios datos.
Esta centralización no es una preocupación abstracta. Empresas como Google, Microsoft y Amazon ya están profundamente involucradas en la creación de infraestructuras de datos para ciudades inteligentes. Por ejemplo, Google ha desarrollado la plataforma Sidewalk Labs, que busca crear «vecindarios inteligentes» donde los datos de los residentes se recopilan de manera constante para optimizar todos los aspectos de la vida urbana, desde la gestión de residuos hasta el transporte. Sin embargo, este modelo plantea preguntas críticas sobre la privacidad y la equidad en la ciudad del futuro.
La gestión de datos en las ciudades inteligentes también presenta desafíos técnicos significativos. A diferencia de las infraestructuras físicas, como carreteras y puentes, los sistemas de datos requieren una actualización constante para mantenerse al día con las tecnologías emergentes y las cambiantes expectativas de los usuarios. Además, el volumen y la complejidad de los datos generados por las ciudades inteligentes están creciendo a un ritmo exponencial, lo que plantea preguntas sobre la capacidad de las ciudades para manejar y proteger esta información de manera eficaz.
Los datos como bienes comunes urbanos
La idea de que los datos urbanos deberían ser considerados como bienes comunes ha ganado tracción en los últimos años. Según la teoría de los bienes comunes, popularizada por la economista Elinor Ostrom, los recursos compartidos por una comunidad deben ser gestionados de manera colectiva para evitar su sobreexplotación y garantizar su sostenibilidad a largo plazo. Aplicada a las ciudades inteligentes, esta perspectiva sugiere que los datos urbanos, en lugar de ser monopolizados por empresas o gobiernos, deberían ser accesibles para todos los ciudadanos.
En la práctica, algunas ciudades ya están experimentando con modelos de gestión de datos basados en principios de bienes comunes. En Barcelona, por ejemplo, la iniciativa «Decidim» permite a los ciudadanos participar en la toma de decisiones urbanas mediante el acceso a datos abiertos y plataformas de participación digital. Esta aproximación no solo empodera a los ciudadanos, sino que también promueve una cultura de transparencia y colaboración que es fundamental para el éxito de las ciudades inteligentes.
Otra propuesta interesante es la de considerar los datos urbanos como un «derecho» de los ciudadanos, similar al derecho a la vivienda o a la educación. Esta idea se ha explorado en el ámbito académico, y su implementación podría transformar radicalmente la relación entre los ciudadanos y la infraestructura de datos. Según el investigador y teórico de medios Lev Manovich, el derecho a los datos urbanos podría incluir la posibilidad de que los ciudadanos decidan cómo se utilizan sus datos y quién tiene acceso a ellos, lo que redefiniría el concepto de privacidad en la era digital.
Retos y oportunidades en la implementación de infraestructura de datos
Implementar una infraestructura de datos robusta y equitativa en una ciudad inteligente no es tarea fácil. Uno de los principales desafíos es la interoperabilidad: los datos generados por diferentes sistemas y dispositivos deben poder comunicarse entre sí de manera eficiente para maximizar su valor. Sin embargo, muchos de los sistemas actualmente en uso son propietarios, lo que significa que están diseñados para funcionar solo con otros sistemas del mismo fabricante, lo que limita la integración y el intercambio de datos.
Además, la infraestructura de datos debe ser diseñada teniendo en cuenta la ciberseguridad. A medida que las ciudades se digitalizan, también se vuelven más vulnerables a ataques cibernéticos que podrían comprometer no solo la privacidad de los ciudadanos, sino también la seguridad física de la infraestructura urbana. Las ciudades inteligentes deben equilibrar la necesidad de recopilar y utilizar datos con la obligación de protegerlos contra amenazas externas.
No obstante, también existen oportunidades significativas en la implementación de una infraestructura de datos bien gestionada. Por ejemplo, el uso de análisis de datos avanzados puede ayudar a las ciudades a predecir y mitigar problemas antes de que ocurran, como congestiones de tráfico, cortes de energía o incluso brotes de enfermedades. Además, al permitir una participación ciudadana más informada y activa, los datos urbanos pueden fomentar una gobernanza más democrática y receptiva.
De los proyectos pioneros a las críticas éticas
Las ciudades inteligentes que han implementado sistemas avanzados de gestión de datos ofrecen lecciones valiosas tanto en términos de éxito como de fracaso. En Copenhague, por ejemplo, el proyecto «Copenhagen Connecting» ha integrado datos de múltiples fuentes, como sensores de tráfico y datos de redes móviles, para optimizar la movilidad urbana en tiempo real, reduciendo los tiempos de desplazamiento y las emisiones de CO2. Sin embargo, esta implementación también ha suscitado preocupaciones sobre la privacidad, ya que la recopilación de datos en tiempo real puede dar lugar a un seguimiento constante de los movimientos de los ciudadanos.
En contraste, el proyecto de la Ciudad de Toronto para desarrollar un vecindario inteligente en colaboración con Sidewalk Labs de Google fue cancelado en 2020, en gran parte debido a las críticas sobre la falta de transparencia y el control corporativo sobre los datos urbanos. Este caso subraya la importancia de abordar las implicaciones éticas de la infraestructura de datos desde el principio, para evitar la resistencia de los ciudadanos y garantizar que los beneficios de la digitalización se distribuyan de manera equitativa.
En conclusión, la infraestructura de datos es un componente esencial, pero a menudo pasado por alto en la construcción de ciudades inteligentes. Su correcta implementación no solo puede optimizar los servicios urbanos y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, sino también redefinir la forma en que las ciudades interactúan con sus habitantes. Sin embargo, para que estas oportunidades se materialicen, es fundamental que los datos se gestionen de manera ética, transparente y centrada en el bienestar colectivo.