La obsolescencia no está en la máquina, sino en el deseo del consumidor

El televisor dejó de ser el altar doméstico donde las familias se congregaban para transformarse en un objeto más de uso fugaz, víctima de la lógica del descarte.

Mientras los antiguos televisores de tubo sobrevivían a tres o cuatro reparaciones, los modernos televisores LED son abandonados por fallas mínimas o, incluso, por no poder instalar la última aplicación.

La economía circular enfrenta aquí uno de sus mayores desafíos: cambiar la mentalidad del consumidor.

Los televisores LED no se rompen, son abandonados

Por: Gabriel E. Levy B.

Durante décadas, el televisor fue un mueble pesado, de cuerpo ancho y alma resistente. Aquellos equipos «panzones» marcaban presencia en el hogar, a menudo durante más de una década.

Su durabilidad no era sólo un mérito del diseño técnico, sino también de una cultura donde la reparación era norma y no excepción.

En las décadas de los 70 y 80, reparar un televisor era una decisión natural.

La reparación era vista como una forma de cuidado y responsabilidad.

Pero algo cambió con la entrada del siglo XXI y la digitalización de los dispositivos.

Con la llegada de los televisores LED, LCD y Smart TV, el usuario perdió el vínculo con las tripas del aparato. Ya no abría la carcasa, no preguntaba por el repuesto, no conocía al técnico.

La relación entre usuario y máquina se volvió desechable.

Una avería dejó de ser una oportunidad de mantenimiento para convertirse en una sentencia de muerte.

«La revolución digital que aceleró el descarte»

Los televisores LED, por su diseño modular y digital, son más simples de reparar en comparación con los antiguos televisores de tubo.

Sin embargo, se desechan con mayor rapidez. Esta contradicción se explica menos por la tecnología y más por la cultura de consumo.

Desde el punto de vista técnico, realizar un refurbish o reacondicionamiento de un televisor plano puede implicar apenas el reemplazo de una tarjeta madre, una fuente de alimentación o un panel LED.

En muchos casos, son reparaciones menores, más baratas y sencillas que las que implicaban los televisores de tubo. Pero la mayoría de los consumidores ni siquiera considera esa posibilidad.

La razón está en la obsolescencia percibida. La compatibilidad con nuevas aplicaciones, la actualización del sistema operativo o el diseño más delgado del modelo más reciente se convierten en factores de presión.

El marketing alimenta una narrativa de innovación constante que empuja al usuario a cambiar su aparato no cuando deja de funcionar, sino cuando deja de “verse bien” o de “conectarse bien”.

La economía circular propone precisamente lo contrario: mantener en uso los recursos el mayor tiempo posible, evitando la extracción innecesaria de materias primas y la generación de residuos.

En el caso de los televisores, esto significa promover la reparación, el reacondicionamiento y la reutilización. Pero esta transición choca con la lógica dominante de consumo.

Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, cada año se generan más de 50 millones de toneladas de residuos electrónicos (RAEE), de los cuales sólo un 17% es reciclado adecuadamente.

En América Latina, ese porcentaje baja aún más.

Los televisores LED representan una porción significativa de estos desechos, debido a su volumen y su alta tasa de recambio.

«Desechados por no tener Netflix: la tragedia silenciosa del RAEE»

Hay una ironía profunda en que los televisores LED, con una vida útil técnica que puede superar los 10 años, sean descartados por razones tan banales como no poder instalar la última versión de una app de streaming.

El drama se agrava cuando se consideran los recursos y los impactos ambientales de su fabricación.

Un solo televisor LED contiene componentes como plástico, vidrio, aluminio, cobre, metales raros y sustancias químicas que pueden contaminar suelos y aguas si no se gestionan correctamente.

Además, su producción implica una huella energética considerable. Tirarlo por una falla menor es un acto de profunda irresponsabilidad ecológica.

La lógica de los dispositivos inteligentes empuja al reemplazo constante porque el software está diseñado para volverse incompatible antes de que falle el hardware.

Y esto tiene consecuencias económicas.

Las familias que podrían acceder a televisores reacondicionados a menor precio, se ven obligadas a comprar nuevos por la falta de circuitos de reparación eficientes y el escaso apoyo institucional al reacondicionamiento.

Los técnicos, por su parte, han perdido el espacio social que ocupaban como reparadores de confianza.

Hoy, muchas veces, el costo de reparar supera el valor percibido del aparato. Y si no es rentable, simplemente no se hace.

«El reciclador que devuelve la imagen»

Pese al panorama sombrío, existen ejemplos esperanzadores.

En Colombia y otros países de América Latina existen programas de recolección y gestión de residuos electrónicos que incluyen televisores, impulsados por entidades públicas, empresas y organizaciones especializadas en reciclaje tecnológico.

Estos actores desmontan los equipos, recuperan componentes y, en algunos casos, reacondicionan aparatos para prolongar su vida útil dentro de esquemas de economía circular.​

En ciudades como Buenos Aires y otras capitales de la región se promueven iniciativas que vinculan la reparación con la economía circular, mediante talleres itinerantes y campañas para extender la vida útil de los productos y reducir la generación de residuos.

Los informes sobre economía circular en América Latina destacan que el gran reto está en ampliar la escala de estos esfuerzos y en fortalecer la educación ambiental de los consumidores.​

Diversos programas públicos con el nombre “Basura Cero” en México y otras jurisdicciones buscan reducir, reutilizar y reciclar residuos, incluyendo los electrónicos, como parte de estrategias para disminuir el envío de basura a rellenos sanitarios.

Estas políticas se inscriben en una tendencia internacional que impulsa modelos de consumo más responsables y la reducción del desperdicio de aparatos.​​

Plataformas de comercio electrónico y sitios especializados en componentes facilitan el acceso a piezas de recambio para productos electrónicos, mientras que los tutoriales en video permiten que muchas personas aprendan reparaciones básicas en el hogar.

Organismos internacionales señalan que el derecho a reparar y el acceso a información técnica son factores clave para que más usuarios consideren la reparación como una forma de consumo responsable y no solo como una opción de emergencia

En conclusión, mientras los televisores LED podrían durar más de una década con un mínimo de mantenimiento, la sociedad del consumo los condena a un ciclo de vida de apenas unos años.

La economía circular no puede avanzar si no se transforma también la cultura del usuario. Reparar no es sólo recuperar un objeto, sino también recuperar una ética: la del cuidado, la del uso consciente y la del respeto por los recursos del planeta.