La nueva fiebre del oro: montañas de residuos electrónicos

En un mundo donde el oro aún enloquece, la veta más rica ya no se esconde bajo tierra ni entre rocas centenarias, sino que reposa, brillante y desapercibida, en los cementerios tecnológicos del planeta.

Celulares rotos, laptops olvidadas, placas madre corroídas: ahí se amontona el metal más codiciado por la humanidad.

En cada desecho electrónico yace un fragmento del tesoro moderno, oculto en la superficie misma del progreso.

“Reciclar tecnología también es minar el futuro”

Por: Gabriel E. Levy B.

Durante siglos, la búsqueda del oro definió imperios, motivó guerras y movilizó expediciones a lo desconocido.

Desde las minas de Potosí en el Alto Perú colonial hasta las fiebres del oro de California y Klondike, este metal preciosísimo fue símbolo de poder, riqueza y ambición desmedida.

Pero en pleno siglo XXI, ese impulso permanece, aunque ha mutado de forma y escenario.

Hoy, los mapas del tesoro se parecen más a planos urbanos que a rutas mineras.

El botín ya no se encuentra en vetas escondidas a kilómetros de profundidad, sino en placas electrónicas, cables descartados y pequeños chips que ya nadie valora.

Según datos del Global E-Waste Monitor 2020, elaborado por la Universidad de las Naciones Unidas, el mundo generó 53,6 millones de toneladas de desechos electrónicos en 2019, y menos del 20% fue reciclado adecuadamente.

Este nuevo “El Dorado” urbano no es ninguna fantasía.

El informe revela que, solo ese año, se descartaron 7 mil millones de dólares en oro, plata, cobre y otros metales valiosos, escondidos en electrodomésticos, teléfonos, baterías y dispositivos en desuso.

Es, literalmente, una mina a cielo abierto, pero donde no se excava: se desmantela.

Autores como Josh Lepawsky, geógrafo y experto en flujos de residuos electrónicos, afirman que los desechos tecnológicos no deben verse como un final, sino como un tránsito en la circulación global de materiales valiosos.

En su libro Reassembling Rubbish (2018), Lepawsky detalla cómo las redes de reciclaje son también espacios donde se redefine la economía global del oro y los minerales críticos.

“En cada teléfono viejo hay una veta de oro”

La expansión de la industria electrónica en las últimas décadas transformó radicalmente la demanda de metales como el oro, el cobre, el litio y el cobalto.

En especial, el oro es insustituible en la fabricación de microcomponentes por su alta conductividad eléctrica y su resistencia a la corrosión.

Está presente en placas base, conectores, chips, y hasta en los contactos de los botones de encendido.

El fenómeno tiene dos caras.

Por un lado, cada nuevo dispositivo electrónico que se fabrica intensifica la presión sobre los recursos naturales.

Por otro, el ciclo acelerado de obsolescencia tecnológica deja montañas de residuos que, en conjunto, superan cualquier mina activa en riqueza contenida.

Se estima que una tonelada de teléfonos móviles desechados puede contener hasta 300 gramos de oro, mientras que una tonelada de mineral extraído de una mina tradicional apenas ofrece 5 gramos.

Esto ha impulsado lo que algunos investigadores llaman “minería urbana”.

En palabras de Barbara Reck, investigadora del Centro de Ecología Industrial de la Universidad de Yale, “los residuos electrónicos representan una fuente secundaria de metales preciosos que no debe subestimarse, sobre todo en un contexto de creciente escasez de recursos vírgenes”.

A esto se suma la geografía de la desigualdad.

Gran parte de los residuos electrónicos del norte global son exportados, muchas veces ilegalmente, hacia países del sur, donde son desmontados manualmente por trabajadores informales, sin protección adecuada, y en condiciones que rozan la esclavitud moderna.

El oro allí no es sinónimo de fortuna, sino de riesgo tóxico.

“Una nueva minería, con viejos dilemas éticos”

El interés creciente por recuperar metales valiosos de la basura electrónica ha abierto una nueva frontera para las empresas del reciclaje tecnológico.

En Japón, por ejemplo, gran parte de las medallas olímpicas de Tokio 2020 fueron fabricadas con metales recuperados de desechos electrónicos, recogidos en una campaña nacional que recolectó más de 6 millones de celulares viejos.

El gesto, simbólico pero potente, mostró que el oro puede nacer del descarte, y no solo de la extracción.

Sin embargo, esta narrativa optimista contrasta con una realidad más cruda.

El reciclaje de oro en residuos electrónicos sigue siendo marginal. Según el World Economic Forum, menos del 20% del oro en dispositivos electrónicos se recupera eficientemente.

El resto se pierde en rellenos sanitarios o se quema, liberando sustancias contaminantes al aire, al agua y al suelo.

La minería urbana, aunque menos invasiva que la tradicional, no está exenta de problemas. Requiere infraestructura tecnológica, capacidad de separación precisa y una logística compleja para recolectar los dispositivos dispersos.

Además, enfrenta barreras culturales: muchos usuarios prefieren guardar sus celulares viejos “por si acaso”, generando lo que algunos llaman “residuos invisibles”, esos aparatos olvidados en cajones que nunca llegan al circuito de reciclaje.

El antropólogo David Naguib Pellow, en su libro Resisting Global Toxics, advierte que esta industria debe pensarse más allá del negocio, y entenderse como un campo de conflicto entre justicia ambiental y consumo globalizado.

La pregunta no es solo cómo extraer oro de la basura, sino a qué costo, y quién paga ese precio.

“Montañas electrónicas con corazón de oro”

Diversos casos en todo el mundo muestran las tensiones y potencialidades de este nuevo territorio minero.

En Ghana, el vertedero de Agbogbloshie se convirtió en uno de los símbolos más dramáticos del reciclaje informal: miles de personas, incluyendo niños, desarman residuos electrónicos a cielo abierto, quemando cables para extraer cobre y metales valiosos, inhalando dioxinas y contaminando el río Odaw.

Allí el oro no brilla, envenena.

En China, regiones como Guiyu se especializaron en el reciclaje manual de electrónicos importados.

Durante años, esta ciudad fue una de las más contaminadas del país. Solo a partir de regulaciones recientes y el cierre de talleres ilegales, se empezó a transitar hacia un modelo más controlado y menos tóxico.

Contrapuesto a estos escenarios, en países como Suiza o Noruega, el reciclaje de metales preciosos de desechos tecnológicos ya es parte de un sistema de economía circular.

Empresas como Umicore, en Bélgica, han desarrollado tecnologías de fundición y separación química que permiten recuperar hasta 95% de los metales preciosos en componentes electrónicos.

En América Latina, iniciativas como las de Recicla Electrónicos México (REMSA) o Ciclo Re.eco en Argentina, buscan profesionalizar el reciclaje electrónico y recuperar materiales valiosos sin comprometer la salud humana ni el ambiente. No obstante, la informalidad sigue siendo la norma en buena parte de la región.

En conclusión, la mayor mina de oro del mundo no yace oculta bajo la tierra, sino que se dispersa en cada rincón donde reposa un aparato obsoleto. La basura tecnológica, lejos de ser simple desecho, es una promesa de riqueza y una advertencia ecológica. Aprender a extraer su valor sin repetir los errores de la minería tradicional será el verdadero desafío del futuro, uno que exige tanto innovación como conciencia global.

Referencias:

  • Global E-Waste Monitor 2020, Universidad de las Naciones Unidas.
  • Lepawsky, J. (2018). Reassembling Rubbish: Worlding Electronic Waste. MIT Press.
  • Reck, B. K., & Graedel, T. E. (2012). “Challenges in Metal Recycling”. Science, 337(6095), 690–695.
  • Pellow, D. N. (2007). Resisting Global Toxics: Transnational Movements for Environmental Justice. MIT Press.
  • World Economic Forum (2021). “A New Circular Vision for Electronics”.