El rugido de los motores eléctricos, el parpadeo de semáforos que se ajustan solos al flujo del tráfico y la incesante lluvia de datos que alimenta paneles de control municipales: en Brasil, el futuro urbano ya comenzó.
En las últimas décadas, la nación sudamericana se lanzó a una carrera vertiginosa para transformar sus ciudades en verdaderos laboratorios de tecnología, donde la innovación no es sólo una promesa, sino una apuesta decidida por reinventar la vida cotidiana.
La promesa digital: “Ciudades inteligentes”, mucho más que un concepto
Por: Gabriel E. Levy B.
El sueño de ciudades capaces de pensar y anticiparse a las necesidades de sus habitantes no nació en Brasil, pero el país supo apropiarse de la idea con una mezcla de entusiasmo y pragmatismo.
El término “ciudad inteligente” surgió en la década de los 90, con una visión de urbanismo digital promovida por expertos como Carlo Ratti, director del Senseable City Lab del MIT, quien definió estos espacios como aquellos que “utilizan la tecnología digital para mejorar la eficiencia de los servicios urbanos y el bienestar de sus ciudadanos”.
En la década del 2000, países como Corea del Sur, Singapur y España comenzaron a materializar el concepto.
En América Latina, Brasil destacó por la magnitud de su desafío: administrar megaciudades como São Paulo y Río de Janeiro, donde el crecimiento desbordado demandó respuestas audaces.
Desde entonces, la idea de convertir urbes caóticas en ecosistemas interconectados y resilientes tomó fuerza, impulsada por la urgencia de modernizar infraestructuras, reducir desigualdades y enfrentar el cambio climático.
“El algoritmo que ordena la selva urbana”: el auge tecnológico en el Brasil contemporáneo
Avanzando hacia la tercera década del siglo XXI, Brasil desplegó estrategias nacionales y locales para abrazar el paradigma de la inteligencia urbana.
El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación elaboró el Plan Nacional de Internet de las Cosas, que priorizó las ciudades como uno de los ejes principales para la integración de sensores, inteligencia artificial y big data. El “Marco Legal das Cidades Inteligentes”, aprobado en 2022, estableció una hoja de ruta legal para el desarrollo y financiamiento de proyectos tecnológicos en el ámbito municipal.
Las ciudades brasileñas se convirtieron en laboratorios vivos.
En São Paulo, el centro de operaciones inteligentes monitorea en tiempo real el tráfico, la recolección de basura y los niveles de contaminación.
En Curitiba, se introdujeron sensores que gestionan el alumbrado público de manera eficiente, reduciendo el consumo energético.
El objetivo no se limita a modernizar: según la investigadora Raquel Rolnik, exrelatora de la ONU para el derecho a la vivienda, la ciudad inteligente debe “colocar la vida cotidiana de los ciudadanos en el centro de las soluciones tecnológicas”, evitando caer en el fetichismo digital.
Esta visión pragmática, sin embargo, convive con desafíos profundos: la brecha digital, la privatización de los datos urbanos y el riesgo de reproducir desigualdades mediante plataformas algorítmicas.
El urbanista Anthony Townsend, en su libro “Smart Cities”, advierte sobre el peligro de convertir la ciudad en un “producto de software”, donde las decisiones automáticas pueden suplantar el debate ciudadano.
“Entre el código y la favela”: tensiones y dilemas de la ciudad inteligente brasileña
El despliegue de soluciones inteligentes en Brasil no transcurre en un vacío social.
Por el contrario, el país funciona como un microcosmos de tensiones globales: ¿puede la tecnología resolver problemas estructurales sin atender las desigualdades históricas?
En ciudades como Salvador o Recife, la conectividad es una promesa que convive con barrios enteros desconectados de servicios básicos.
La consultora McKinsey calculó que la implementación de tecnologías inteligentes podría reducir en un 10% el tiempo de desplazamiento en São Paulo, pero el beneficio se distribuye de manera desigual.
Las inversiones en vigilancia, por ejemplo, generaron controversia.
En Río de Janeiro, la instalación de cámaras de reconocimiento facial en el centro histórico suscitó protestas de organizaciones de derechos humanos.
El Observatorio de las Metrópolis denunció el riesgo de “tecnificar la exclusión”, ya que la vigilancia intensiva tiende a focalizarse en espacios periféricos y vulnerables.
La socióloga Saskia Sassen, en “Expulsions”, advierte que la infraestructura inteligente, sin regulación, puede reforzar mecanismos de control y exclusión, en lugar de democratizar el acceso a la ciudad.
La falta de una gobernanza clara sobre los datos urbanos añade otra capa de complejidad.
¿Quién gestiona y almacena los datos recogidos por miles de sensores?
En muchos casos, empresas privadas se convierten en guardianas de la información, en una relación de dependencia tecnológica que debilita la autonomía municipal.
El profesor Renato Sabbatini, experto en salud digital, sugiere que “la inteligencia urbana debe construirse sobre la base de la transparencia y la participación ciudadana”, de lo contrario, la promesa de una ciudad inclusiva puede derivar en un ecosistema opaco.
“Ciudades que aprenden”: ejemplos de innovación y aprendizaje colectivo
Lejos de limitarse a las grandes metrópolis, la revolución inteligente también encontró espacio en ciudades medianas y pequeñas.
En Joinville, Santa Catarina, el sistema de transporte público integró una aplicación que predice el horario de los buses en tiempo real y ajusta las rutas según la demanda.
Los resultados: menor tiempo de espera y mayor satisfacción de los usuarios.
En Fortaleza, el uso de algoritmos en la gestión del tráfico logró reducir en un 30% el número de accidentes viales en zonas críticas.
Además, la capital cearense desplegó una red de bicicletas eléctricas y sensores de calidad del aire, que alimentan un portal ciudadano donde la información se actualiza minuto a minuto.
Belo Horizonte apostó por la “inteligencia participativa”: a través de plataformas digitales, los vecinos pueden reportar problemas de alumbrado, fugas de agua o baches, generando mapas interactivos que orientan la acción municipal.
La experiencia muestra que la inteligencia urbana no depende sólo de la tecnología, sino de la capacidad de las instituciones para involucrar a la ciudadanía en la construcción de soluciones.
Incluso en contextos adversos, las ciudades brasileñas hallaron formas creativas de apropiarse de la tecnología.
En Paraisópolis, una de las favelas más populosas de São Paulo, líderes comunitarios implementaron sistemas de alerta vía WhatsApp durante la pandemia, para organizar la distribución de alimentos y monitorear la circulación del virus.
El caso demuestra que la ciudad inteligente puede ser, también, una ciudad de redes informales, donde la creatividad popular se entrelaza con la tecnología para resolver urgencias cotidianas.
En conclusión
Brasil emprendió una ruta audaz hacia la ciudad inteligente, combinando tecnología, creatividad y participación ciudadana. El desafío persiste: garantizar que la inteligencia urbana no reproduzca desigualdades, sino que democratice el acceso a derechos y oportunidades. El futuro de la ciudad brasileña dependerá de su capacidad para conjugar el código con el tejido social, y de aprender, una y otra vez, de sus propias contradicciones.
Referencias:
- Ratti, Carlo. (2016). “Senseable City: el espacio urbano y las nuevas tecnologías”. Senseable City Lab, MIT.
- Rolnik, Raquel. (2022). “Urbanismo para la vida cotidiana”. Editora FAPESP.
- Townsend, Anthony. (2013). “Smart Cities: Big Data, Civic Hackers, and the Quest for a New Utopia”. Norton.
- Sassen, Saskia. (2014). “Expulsions: Brutality and Complexity in the Global Economy”. Harvard University Press.
- Sabbatini, Renato. (2023). “Saúde digital e cidades inteligentes no Brasil”. Faculdade de Ciências Médicas, Unicamp.
- Observatorio das Metrópoles. (2023). “Vigilância e exclusão nas cidades inteligentes”.